El Centauro Bigotudo

No existe distancia física que impida el abrazo de las almas

El Rojo

Published by Ariesky Castillo under on 15:51






Amigos lectores, el próximo 17 de noviembre, de no haber sido por su lamentable fallecimiento a temprana edad, estaría cumpliendo 65 años el maravilloso poeta Luis Rogelio Nogueras, llamado Wichy por quienes lo conocieron, quienes afirman junto a aquellos que de él han disfrutado sólo sus textos, que es uno de los autores cubanos del siglo XX más ponderados unánimemente por críticos y lectores. En una isla donde los mitos modernos escasean, Nogueras es quien más se acerca (opinión propia) a esa tan difícilmente definible categoría. Sus amigos y compañeros del cine y las letras, no se cansan de comentar sobre su talento, inteligencia, modo perdurable de hacer. Algunos apoyan los criterios en la inmanencia de su poesía, pero otros —me cuento entre ellos— ponen sus ojos cada vez más en la narrativa de un profesional de la forma, ingenioso en sus argumentos, extraordinariamente ameno y bien dotado de lo que a unos cuantos talentudos se les va de las manos al escribir: la mesura. A Nogueras, a Luis Rogelio, a Wichy, al Rojo, según prefiera, le escaseó el tiempo vital, aunque supo aprovecharlo para legarnos una obra extensa y variada. El narrador Alfonso Hernández Catá fue tío abuelo suyo y en la casa familiar abundaron las preocupaciones intelectuales, en particular la afición por la lectura. Nacido en el barrio de El Vedado, tiene ocho años cuando la familia se muda para el de la Víbora; viaja a Estados Unidos y realiza sus pinitos narrativos. Con los años, incorpora inquietudes: la de la actuación, la de hacer cine, la de dibujar y pintar, la de escribir guiones… Y en 1964 matricula en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, en tanto trabaja (no por vez primera, ya lo había hecho antes en el ICAIC) en la revista Cuba Internacional, como redactor de mesa y da a conocer sus primeros trabajos periodísticos. En El Caimán Barbudo, tabloide de cuyo proyecto fundador es parte, publica algunos textos poéticos. Cuanto hace en adelante —apenas veinte años de vida— es sorprendente, solo posible en quien disfruta del trabajo y no viene al caso aquí intentar una breve biografía de Wichy, porque es bastante conocida y demasiado agitada su vida para unos breves apuntes. Hoy es autor de culto, entre jóvenes y contemporáneos suyos. Tuvo que haber sido además de un intelectual dotado, un ente carismático. No por azar tantos amigos guardan recuerdos gratos ni ensalzan su personalidad con tal vehemencia. Recordemos solo que en 1967 su poemario “Cabeza de zanahoria” es premiado en el primer Concurso David convocado por la UNEAC. El libro es elogiado dentro y fuera de fronteras, y su autor, con 23 años a la sazón, se convierte en uno de los poetas que, sin saberlo, más influyen entre los jóvenes de su generación. Algunos hitos van marcando su obra: el poemario "Las quince mil vidas del caminante", escrito en 1967 y publicado diez años después; el guión junto a Octavio Cortázar del filme El brigadista, estrenado en 1976. De ese año es también su novela policial “El cuarto círculo”, a dos manos con Guillermo Rodríguez Rivera, y de 1977, “Y si muero mañana”, que le vale el Premio Cirilo Villaverde de la UNEAC. Viaja, dicta conferencias, es jurado de eventos literarios, traduce y a su vez es traducido. Gana el Premio Casa de las Américas con el cuaderno “Imitación de la vida”. Publica en 1983 el libro de poemas “El último caso del Inspector”. Luis Rogelio Nogueras falleció prematuramente, el 6 de julio de 1985. Poeta, novelista, guionista de cine, simbolizó en buena medida el espíritu de búsqueda y realización de los jóvenes intelectuales de su generación, sin que por ello se limite a esta el interés por la lectura de su obra ni la indagación constante en los presupuestos de su lírica, reunida en el volumen “Hay muchos modos de jugar”.


El Último Caso del Inspector


El lugar del crimen

no es aún el lugar del crimen:

es sólo un cuarto en penumbras

donde dos sombras desnudas se besan.


El asesino

no es aún el asesino:

es sólo un hombre cansado

que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,

después de un largo viaje.


La víctima

no es aún la víctima:

es sólo una mujer ardiendo

en otros brazos.


El testigo de excepción

no es aún el testigo de excepción:

es sólo un inspector osado

que goza de la mujer del prójimo

sobre el lecho del prójimo.


El arma del crimen

no es aún el arma del crimen:

es sólo una lámpara de bronce apagada,

tranquila, inocente

sobre una mesa de caoba.

1 comentarios:

Anónimo dijo... @ 31 de octubre de 2009, 19:02

que sutileza la de este poema!!!!

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